domingo, 30 de novembro de 2008
Antuco
Antuco.
Hasta entonces, nunca había escuchado del lugar. Hasta que pasó lo que pasó. Ni siquiera sé ponerle nombre a lo sucedido. Desde hace días, sólo tengo un nombre que me retumba durante el día mientras manejo por la avenida Massachussets, hago una traducción, compro un café o me lavo los dientes. Aquí, en Washington, D.C.
Antuco.
Ayer un amigo gringo me llamó y me dijo algo así como que lo sentía tanto, o sea, “I
am so sorry about what happened to your soldiers in Chile. “ Y empecé a decirle de qué me estás hablando, no son los míos, nunca me han gustado los militares, you got it all wrong. Y de pronto me detuve. El cuento era más complicado que eso y no se lo iba a explicar a él, menos en inglés.
Entonces decidí escribir esta columna.
Quizás porque cuando uno lee la noticia en pantalla o papel no hay modo de esquivarla como si fuese una bola de nieve. O espantarla como si fuese una mosca. La verdad no es una sola y, por lo mismo, cuesta tanto reconocerla, abrazarla.
Pero advertí que en cuestión de horas, muchos, millones, un país entero, nos vimos envueltos en esa tormenta blanca, un tsunami de nieve, como dijo la prensa, que atrapó a esos adolescentes, que podrían ser nuestros hijos. Incluso son o eran menores que nuestros hijos. Lo cierto es que ellos – Juan, Pedro, Manuel, Luis, muchachos sencillos, modestos, como dicen en Chile, sin erres ni guiones en sus apellidos-hacían el servicio militar y, quizás, se aprontaban para hacer de la obediencia debida su verdad y del uniforme su orgullo.
Quizás era la forma elegida por sus padres para “ser alguien en la vida”, para perseguir un sueño y asegurarse una carrera, una profesión, que les diera pan, techo y, lo más importante, dignidad. Una fuente de sustento y un sentido de misión porque quizás la verdad no es una sola pero la patria sí. Y cuando el deber llama, llama.
Juan, Pedro, Manuel y Luis no tuvieron tiempo de hacer carrera ni de ganar medalla alguna. Apenas alcanzaron a abrir los ojos, botar el fusil y estirar los brazos a tientas como en una pieza oscura en medio de la nada sólo que esta vez estaban sumidos en una blancura espesa que los envolvió en silencio mientras a sus espaldas se levantaba esa cordillera maciza, imperturbable, inconmovible ante tanta juventud y desconcierto. Cayeron en silencio, sin ruido de metralla, sin intento de fuga, sin enfrentamiento ficticio ni grito de tormento. Cerraron los ojos y durmieron en paz.
Antuco.
No es fácil entender que sucedió, qué fue lo que falló, error humano o del otro, cuando uno vive en medio de un bosque en la avenida Massachussets. Entonces el peso de la distancia y la ausencia se sienten. Cuando la tragedia me pegó en la cara, quise estar allá, en el sur, con esas familias, en el primer velatorio y entierro. No como periodista, sino como mujer, como chilena, como hija del dolor. Es allí, en la pena profunda y en el placer infinito, donde siento el llamado de la patria. No conoceré nunca a esos muchachos inexpertos del sur; nunca los miraré a los ojos ni sabré sus nombres. No tomaré té con sus familias ni visitaré sus pueblos, pero en mi mapa interno Antuco quedará clavado en mi memoria.
Porque hace unos días descubrí un tesoro, hice un hallazgo que me estremeció.
Llevaré diez años en Estados Unidos pero mientras leía la prensa chilena ese primer día y los días siguientes, lloré lágrimas de dolor y me conmovieron la espera de las familias, la contradicción en las versiones, los cuerpos que no aparecían, los muchachos que morían y resucitaban en cada error y acierto. El minuto de silencio con que el Presidente Lagos inició su cuenta anual en el Congreso, las ojeras de Cheyre, los vidrios rotos por la ira en aquel recinto y la impotencia de los que exigen saber, la inutilidad del supuesto ejercicio de rigor, la bandera chilena que cubre el ataúd, el soldado de piel morena y orejas grandes que hace guardia con la misma mirada de los edecanes presidenciales.
Antuco.
Cuando me sacudo con los sollozos entiendo que Chile ha cambiado tanto en estos diez años. Yo también. Tanto que hoy lloro por esos soldados y sus familias, por un ejército que no sólo temí sino desprecié en el pasado. Esos soldados son mis soldados, su pérdida es también la mía. Celebrar un triunfo a nivel nacional no cuesta nada, para eso estamos siempre listos. Lo difícil es lo otro. Tenía razón mi amigo gringo. Y entonces por cuarta vez leo la lista de los aparecidos y de los desaparecidos y me confundo con los números totales que nunca coinciden y me entero de las cifras de las indemnizaciones que se entregarán al más breve plazo, dicen, y en el intertanto Juan, hermano de David Alejandro, grita que con tres millones no compran la vida de mi hermano y se le quiebra la voz cuando pide que le devuelvan el cuerpo porque llevan cuatro días y aún no pasa nada.
Cuatro días. Yo llevo casi 30 años y de desaparecidos sé más que todos ustedes, me dan ganas de gritarle pero sigo leyendo la noticia en internet, sola, afiebrada, medio aturdida, como si la tormenta me hubiese alcanzado a mí también. Y en vez de sentir la dulzura de la venganza en los labios porque ahora sabrá el ejército lo que es tener desaparecidos propios mi boca se llena de amargura y la tristeza se instala en la garganta como un bocado imposible de tragar. No sólo sentir nada salvo tristeza y tengo la piel de gallina pese a que la gente anda en shorts por la calle.
No bajemos los brazos, no bajemos las fuerzas, no bajemos las esperanzas, dice el general Cheyre. Yo vuelvo a mirar sus ojeras violáceas y pienso cómo me habría gustado que un comandante en jefe del ejército de Chile me hubiese dicho esto a mí y a tantos cuando buscábamos a nuestros desaparecidos. A los enterrados en el desierto, acribillados en la cordillera, arrojados al mar, torturados en la esa casona antigua de Nuñoa. Catorce o tres mil, ¿cuánto importa? ¿Mientras mas alta la cifra, más profundo el dolor?
Cómo me habría reconfortado que alguien me hubiese asegurado que la búsqueda por mi hermana, mi hermano, mi padre o mi amigo no se suspendería hasta encontrarlos y si había que esperar que se derritiesen todos los hielos del mundo, pues, a esperar.
Hay cruces que uno quisiera que nunca le pasaran, pero la cruz hay que llevarla, y no eludirla, dice Cheyre con los ojos cada vez más hundidos y el corazón también. Y me dan ganas de coger el telefóno y llamarlo y decirle, general, sé que anduvo hace poco por Washington y qué lástima que no nos vimos pero lo llamo porque quiero que sepa que yo de cruces también sé, como mi familia entera. También de nieves que se hicieron ríos y nosotros seguimos esperando. No tenemos formación militar pero de paciencia y dolor sabemos más que usted y los suyos. Y no es por hacerme la víctima porque me carga la gente que se hace la víctima pero le aseguro que usted tendrá la espalda de soldado que yo nunca tuve ni tendré pero la mía ha soportado más carga que la suya y aún no se quiebra ni se dobla aunque siempre me duele. Mi cruz, general, es más pesada que la suya. Y habría dado la vida por no tener que cargarla, igual que usted ahora, en los momentos más difíciles de su carrera.
Pero le ruego que me crea cuando le digo que su dolor es mi dolor. Y si Antuco debe ser el puente para que, al menos por un rato, un día o quizás más, civiles y uniformados se puedan reconocer y compadecer unos con otros, abrazar en su desamparo, entonces que sea Antuco. Que el dolor de los presentes pueda honrar la memoria de los ausentes, los caídos, hoy y ayer. No creo en los héroes ni en los monumentos, desconfío de las condecoraciones y me aburren los discursos, sobre todo los de ustedes, plagados de lugares comunes y cursilerías. Me irritan sus desfiles militares, soberbios y tan de la guerra fría. Me incomoda el saludo a la bandera y la canción nacional en los llamados actos oficiales. No los entiendo, ni de a uno ni formados, y me violenta cuando gritan, juntan los tacones y hacen esos giros raros. Tienen la mirada dura y el lenguaje ídem.
Lo que no quita que su dolor es tanto suyo como mío, general. Y ya sabemos que esos soldados, sus familias y sus amigos no están solos en su tristeza profunda. Desde acá, en medio de mi bosque y mis ardillas, después de tanta ausencia y distancia, constato que el dolor no le pertenece a nadie. Alcanza para todos. Esos muchachos, los de Chile, no volverán vivos. Pero ruego a Dios que vuelvan porque vivir con la incertidumbre es morir es cada día un poco. Confío en que regresarán al lado de sus familias, aunque sea la primavera quien los entregue en medio de campos floridos. Porque la peor cruz, la peor pesadilla, general, es tener el nombre, la memoria, la flor. Y no tener la tumba dónde hacer el duelo.
Odette Magnet
Periodista
Washington, D.C. 26 de mayo de 2005
Hasta entonces, nunca había escuchado del lugar. Hasta que pasó lo que pasó. Ni siquiera sé ponerle nombre a lo sucedido. Desde hace días, sólo tengo un nombre que me retumba durante el día mientras manejo por la avenida Massachussets, hago una traducción, compro un café o me lavo los dientes. Aquí, en Washington, D.C.
Antuco.
Ayer un amigo gringo me llamó y me dijo algo así como que lo sentía tanto, o sea, “I
am so sorry about what happened to your soldiers in Chile. “ Y empecé a decirle de qué me estás hablando, no son los míos, nunca me han gustado los militares, you got it all wrong. Y de pronto me detuve. El cuento era más complicado que eso y no se lo iba a explicar a él, menos en inglés.
Entonces decidí escribir esta columna.
Quizás porque cuando uno lee la noticia en pantalla o papel no hay modo de esquivarla como si fuese una bola de nieve. O espantarla como si fuese una mosca. La verdad no es una sola y, por lo mismo, cuesta tanto reconocerla, abrazarla.
Pero advertí que en cuestión de horas, muchos, millones, un país entero, nos vimos envueltos en esa tormenta blanca, un tsunami de nieve, como dijo la prensa, que atrapó a esos adolescentes, que podrían ser nuestros hijos. Incluso son o eran menores que nuestros hijos. Lo cierto es que ellos – Juan, Pedro, Manuel, Luis, muchachos sencillos, modestos, como dicen en Chile, sin erres ni guiones en sus apellidos-hacían el servicio militar y, quizás, se aprontaban para hacer de la obediencia debida su verdad y del uniforme su orgullo.
Quizás era la forma elegida por sus padres para “ser alguien en la vida”, para perseguir un sueño y asegurarse una carrera, una profesión, que les diera pan, techo y, lo más importante, dignidad. Una fuente de sustento y un sentido de misión porque quizás la verdad no es una sola pero la patria sí. Y cuando el deber llama, llama.
Juan, Pedro, Manuel y Luis no tuvieron tiempo de hacer carrera ni de ganar medalla alguna. Apenas alcanzaron a abrir los ojos, botar el fusil y estirar los brazos a tientas como en una pieza oscura en medio de la nada sólo que esta vez estaban sumidos en una blancura espesa que los envolvió en silencio mientras a sus espaldas se levantaba esa cordillera maciza, imperturbable, inconmovible ante tanta juventud y desconcierto. Cayeron en silencio, sin ruido de metralla, sin intento de fuga, sin enfrentamiento ficticio ni grito de tormento. Cerraron los ojos y durmieron en paz.
Antuco.
No es fácil entender que sucedió, qué fue lo que falló, error humano o del otro, cuando uno vive en medio de un bosque en la avenida Massachussets. Entonces el peso de la distancia y la ausencia se sienten. Cuando la tragedia me pegó en la cara, quise estar allá, en el sur, con esas familias, en el primer velatorio y entierro. No como periodista, sino como mujer, como chilena, como hija del dolor. Es allí, en la pena profunda y en el placer infinito, donde siento el llamado de la patria. No conoceré nunca a esos muchachos inexpertos del sur; nunca los miraré a los ojos ni sabré sus nombres. No tomaré té con sus familias ni visitaré sus pueblos, pero en mi mapa interno Antuco quedará clavado en mi memoria.
Porque hace unos días descubrí un tesoro, hice un hallazgo que me estremeció.
Llevaré diez años en Estados Unidos pero mientras leía la prensa chilena ese primer día y los días siguientes, lloré lágrimas de dolor y me conmovieron la espera de las familias, la contradicción en las versiones, los cuerpos que no aparecían, los muchachos que morían y resucitaban en cada error y acierto. El minuto de silencio con que el Presidente Lagos inició su cuenta anual en el Congreso, las ojeras de Cheyre, los vidrios rotos por la ira en aquel recinto y la impotencia de los que exigen saber, la inutilidad del supuesto ejercicio de rigor, la bandera chilena que cubre el ataúd, el soldado de piel morena y orejas grandes que hace guardia con la misma mirada de los edecanes presidenciales.
Antuco.
Cuando me sacudo con los sollozos entiendo que Chile ha cambiado tanto en estos diez años. Yo también. Tanto que hoy lloro por esos soldados y sus familias, por un ejército que no sólo temí sino desprecié en el pasado. Esos soldados son mis soldados, su pérdida es también la mía. Celebrar un triunfo a nivel nacional no cuesta nada, para eso estamos siempre listos. Lo difícil es lo otro. Tenía razón mi amigo gringo. Y entonces por cuarta vez leo la lista de los aparecidos y de los desaparecidos y me confundo con los números totales que nunca coinciden y me entero de las cifras de las indemnizaciones que se entregarán al más breve plazo, dicen, y en el intertanto Juan, hermano de David Alejandro, grita que con tres millones no compran la vida de mi hermano y se le quiebra la voz cuando pide que le devuelvan el cuerpo porque llevan cuatro días y aún no pasa nada.
Cuatro días. Yo llevo casi 30 años y de desaparecidos sé más que todos ustedes, me dan ganas de gritarle pero sigo leyendo la noticia en internet, sola, afiebrada, medio aturdida, como si la tormenta me hubiese alcanzado a mí también. Y en vez de sentir la dulzura de la venganza en los labios porque ahora sabrá el ejército lo que es tener desaparecidos propios mi boca se llena de amargura y la tristeza se instala en la garganta como un bocado imposible de tragar. No sólo sentir nada salvo tristeza y tengo la piel de gallina pese a que la gente anda en shorts por la calle.
No bajemos los brazos, no bajemos las fuerzas, no bajemos las esperanzas, dice el general Cheyre. Yo vuelvo a mirar sus ojeras violáceas y pienso cómo me habría gustado que un comandante en jefe del ejército de Chile me hubiese dicho esto a mí y a tantos cuando buscábamos a nuestros desaparecidos. A los enterrados en el desierto, acribillados en la cordillera, arrojados al mar, torturados en la esa casona antigua de Nuñoa. Catorce o tres mil, ¿cuánto importa? ¿Mientras mas alta la cifra, más profundo el dolor?
Cómo me habría reconfortado que alguien me hubiese asegurado que la búsqueda por mi hermana, mi hermano, mi padre o mi amigo no se suspendería hasta encontrarlos y si había que esperar que se derritiesen todos los hielos del mundo, pues, a esperar.
Hay cruces que uno quisiera que nunca le pasaran, pero la cruz hay que llevarla, y no eludirla, dice Cheyre con los ojos cada vez más hundidos y el corazón también. Y me dan ganas de coger el telefóno y llamarlo y decirle, general, sé que anduvo hace poco por Washington y qué lástima que no nos vimos pero lo llamo porque quiero que sepa que yo de cruces también sé, como mi familia entera. También de nieves que se hicieron ríos y nosotros seguimos esperando. No tenemos formación militar pero de paciencia y dolor sabemos más que usted y los suyos. Y no es por hacerme la víctima porque me carga la gente que se hace la víctima pero le aseguro que usted tendrá la espalda de soldado que yo nunca tuve ni tendré pero la mía ha soportado más carga que la suya y aún no se quiebra ni se dobla aunque siempre me duele. Mi cruz, general, es más pesada que la suya. Y habría dado la vida por no tener que cargarla, igual que usted ahora, en los momentos más difíciles de su carrera.
Pero le ruego que me crea cuando le digo que su dolor es mi dolor. Y si Antuco debe ser el puente para que, al menos por un rato, un día o quizás más, civiles y uniformados se puedan reconocer y compadecer unos con otros, abrazar en su desamparo, entonces que sea Antuco. Que el dolor de los presentes pueda honrar la memoria de los ausentes, los caídos, hoy y ayer. No creo en los héroes ni en los monumentos, desconfío de las condecoraciones y me aburren los discursos, sobre todo los de ustedes, plagados de lugares comunes y cursilerías. Me irritan sus desfiles militares, soberbios y tan de la guerra fría. Me incomoda el saludo a la bandera y la canción nacional en los llamados actos oficiales. No los entiendo, ni de a uno ni formados, y me violenta cuando gritan, juntan los tacones y hacen esos giros raros. Tienen la mirada dura y el lenguaje ídem.
Lo que no quita que su dolor es tanto suyo como mío, general. Y ya sabemos que esos soldados, sus familias y sus amigos no están solos en su tristeza profunda. Desde acá, en medio de mi bosque y mis ardillas, después de tanta ausencia y distancia, constato que el dolor no le pertenece a nadie. Alcanza para todos. Esos muchachos, los de Chile, no volverán vivos. Pero ruego a Dios que vuelvan porque vivir con la incertidumbre es morir es cada día un poco. Confío en que regresarán al lado de sus familias, aunque sea la primavera quien los entregue en medio de campos floridos. Porque la peor cruz, la peor pesadilla, general, es tener el nombre, la memoria, la flor. Y no tener la tumba dónde hacer el duelo.
Odette Magnet
Periodista
Washington, D.C. 26 de mayo de 2005
Contraste
Conflitos rasgados
consagram nos olhos
a extrema fragilidade
do grito preso ao relógio.
Andréa Motta
consagram nos olhos
a extrema fragilidade
do grito preso ao relógio.
Andréa Motta
Urgências
é urgente o agradecimento
à consciência alpinista
das palavras lidas
em câmera lenta.
é urgente a celebração
da tarde em sua essência
gota de ousadia
na montagem acessória da lida
fazer-se fêmea
borboleta
de formas discretas
amores secretos
é urgente uma glosa
no império dos astros
disfarçar a sorte
pra mudar de rota
puro golpe
o seu olhar de monumento
D'onde vertem tempestades
e águias insones
é urgente uma resposta
mesmo que debochada
para a solidão
sindicalizada.
Andréa Motta
à consciência alpinista
das palavras lidas
em câmera lenta.
é urgente a celebração
da tarde em sua essência
gota de ousadia
na montagem acessória da lida
fazer-se fêmea
borboleta
de formas discretas
amores secretos
é urgente uma glosa
no império dos astros
disfarçar a sorte
pra mudar de rota
puro golpe
o seu olhar de monumento
D'onde vertem tempestades
e águias insones
é urgente uma resposta
mesmo que debochada
para a solidão
sindicalizada.
Andréa Motta
No Pulsar Poético do Silêncio
Estrelas cadentes
precipitam-se pela noite
uma voz audaz explora
com lucidez
os sentidos
o silêncio
o despertar
da lingua e da memória
Sem concessões
transgride
ritos
assinala a decisão
entre a palavra
e o imaginário.
Andréa Motta
precipitam-se pela noite
uma voz audaz explora
com lucidez
os sentidos
o silêncio
o despertar
da lingua e da memória
Sem concessões
transgride
ritos
assinala a decisão
entre a palavra
e o imaginário.
Andréa Motta
Percepção Abrumada
Não era desabafo
aquela tristeza estranha
Não era adeus ou regresso,
talvez fosse mera sanha
É sempre assim...
Sem levantar suspeita
o verbo oculta a lágrima
que derradeira se deita
e silencia a palavra
O verso chega manso
mas o papel
permanece intacto.
Andréa Motta
aquela tristeza estranha
Não era adeus ou regresso,
talvez fosse mera sanha
É sempre assim...
Sem levantar suspeita
o verbo oculta a lágrima
que derradeira se deita
e silencia a palavra
O verso chega manso
mas o papel
permanece intacto.
Andréa Motta
Ao Sabor do Pensamento
O olhar cego começa um poema
desenha a trama.
Com mãos impolutas
despeja desejos
cria amores
e abandonos
em estranhos jogos
de memória
cogita
sangra
sonha interminavelmente
derrama sobre o papel
armadilhas inequívocas
do pensamento
Sorri
vertiginosamente
sorri até a exaustão
um sorriso marginal.
Etéreo
tece ilusões
e finda o poema.
Andréa Motta
desenha a trama.
Com mãos impolutas
despeja desejos
cria amores
e abandonos
em estranhos jogos
de memória
cogita
sangra
sonha interminavelmente
derrama sobre o papel
armadilhas inequívocas
do pensamento
Sorri
vertiginosamente
sorri até a exaustão
um sorriso marginal.
Etéreo
tece ilusões
e finda o poema.
Andréa Motta
Apesar
Apesar de o sol
ser a estrela do centro do Sistema Solar,
na fraca faixa de luz
através do céu noturno, habitamos.
Entre estrelas e nebulosas
passeamos os dias na Via Láctea
e preferimos astros artificiais
e luzes frias e solitárias.
Giramos em meio à poeira cósmica
sem atingir o núcleo.
Apenas conhecimentos elípticos
à velocidade do som
nos aproximam das constelações.
E quase sentimos
os hemisférios juntarem-se.
Mas a composição atmosférica
não tem energia suficiente para interagir.
Então emitimos
fracos raios espectrais sem cor, nem calor.
E brilhamos pouco e sózinhos
em nossas próprias estrelas.
Deisi Perin
ser a estrela do centro do Sistema Solar,
na fraca faixa de luz
através do céu noturno, habitamos.
Entre estrelas e nebulosas
passeamos os dias na Via Láctea
e preferimos astros artificiais
e luzes frias e solitárias.
Giramos em meio à poeira cósmica
sem atingir o núcleo.
Apenas conhecimentos elípticos
à velocidade do som
nos aproximam das constelações.
E quase sentimos
os hemisférios juntarem-se.
Mas a composição atmosférica
não tem energia suficiente para interagir.
Então emitimos
fracos raios espectrais sem cor, nem calor.
E brilhamos pouco e sózinhos
em nossas próprias estrelas.
Deisi Perin
sábado, 29 de novembro de 2008
sexta-feira, 28 de novembro de 2008
Reflexões Sobre a Imagem
Acredito que a imagem tem poder de gritar em silêncio; porém a cada dia que passa, percebo que poucos são a-queles que ouvem os gritos.
Somos bombardeados com imagens o tempo todo, de tal forma que acaba por ocorrer o embotar de nossos sentidos.
A grande maioria das pessoas não é tocada realmente pela imagem, como reflexo de uma realidade que grita para ser modificada.
A pergunta é:
- Porque o retrato das mazelas hu-manas, a dor estampada em cada olhar vitimado pela ignorância atinge poucos ?
A resposta talvez esteja na banali-zação da vida como um todo.
Fechamos os olhos ou não olhamos para o feio, o triste, o sem cor ?
Queremos a vida colorida a qual-quer custo. Faz-se necessário a ressen-sibilização real de nossos sentidos. Pre-cisamos (re)aprender a ver não com nos-sos olhos, mas com a nossa alma.
Precisamos perceber que somos vi-da. Estamos rodeados de vida que não conhecemos, porque não nos permitimos olhar. Milhares de fotógrafos e cinegrafistas tiveram as vidas ceifadas para que pudéssemos saber o que está acontecendo num determinado lugar. Acreditam no poder da imagem, porém ela nos é servida entre a novela das sete e das oito em meio a culinária ou a vida badalada de alguma celebridade.
Tudo bem se você não quer olhar o feio, comece então olhando os olhos da criança que estiver mais próxima de vo-cê, pense que talvez daqui a algum tem-po esse olhar já não será tão belo; talvez seja o olhar daquele que matará alguém empunhando uma arma, ou a muitos, se uma caneta.
Somos bombardeados com imagens o tempo todo, de tal forma que acaba por ocorrer o embotar de nossos sentidos.
A grande maioria das pessoas não é tocada realmente pela imagem, como reflexo de uma realidade que grita para ser modificada.
A pergunta é:
- Porque o retrato das mazelas hu-manas, a dor estampada em cada olhar vitimado pela ignorância atinge poucos ?
A resposta talvez esteja na banali-zação da vida como um todo.
Fechamos os olhos ou não olhamos para o feio, o triste, o sem cor ?
Queremos a vida colorida a qual-quer custo. Faz-se necessário a ressen-sibilização real de nossos sentidos. Pre-cisamos (re)aprender a ver não com nos-sos olhos, mas com a nossa alma.
Precisamos perceber que somos vi-da. Estamos rodeados de vida que não conhecemos, porque não nos permitimos olhar. Milhares de fotógrafos e cinegrafistas tiveram as vidas ceifadas para que pudéssemos saber o que está acontecendo num determinado lugar. Acreditam no poder da imagem, porém ela nos é servida entre a novela das sete e das oito em meio a culinária ou a vida badalada de alguma celebridade.
Tudo bem se você não quer olhar o feio, comece então olhando os olhos da criança que estiver mais próxima de vo-cê, pense que talvez daqui a algum tem-po esse olhar já não será tão belo; talvez seja o olhar daquele que matará alguém empunhando uma arma, ou a muitos, se uma caneta.
Muros
Parte II
Países abandonados canibalizam suas populações expurgando cada fibra humana, empilhando em pesadelo seus restos transformados em diamantes, urânio, ouro, petróleo, mais além de seus rins, fígados pulmões e sangue, o sangue verde de sua pujante riqueza tropical, da biblioteca contida em suas raízes culturais, na tradição de seus autóctones patenteados, que jamais terão suas moléstias curadas em prol da saúde e a prosperidade das fortalezas setentrionais.
Aos pés dos muros, fugitivos da angústia, expropriados de seus órgãos, de suas famílias famélicas se arremessam à luz esfumaçada da França, Espanha, Itália e são devidamente expelidos após serem usados. Caem aos montes, às moscas da carniça de seus sonhos, a desilusão, o sonho de fazer a América, que quer braços e não bocas sobram presídios cinco estrelas para aqueles que não terão vaga nesse arame farpado estendido no alto dos arranha-céus onde as feras do desemprego fazem suas vítimas.
Muros onde cada tijolo é um auto-engano da boa sociedade burguesa, hipócrita, purgando suas consciências, dando esmolas, atuando no teatro paternalista de medidas paliativas, de politiqueiros de plantão, na cordialidade estudada de preconceitos velados, manifestos no vidro de seu caviar, se espraiando dos incluídos nas calçadas, ignorando o direito de ir e vir da massa amorfa e pútrida das não pessoas.
A elite nos países desmoronando tal o peso de seus muros sociais, econômicos, psíquicos.
Os construtores das barragens para conter a barbárie não se vêem bárbaros, sua autofagia virótica, porque anular no outro o resultado do flagelo que provocam, escondem no sótão o quadro purulento de seus excessos, o poder produzido através do acúmulo pela expropriação, pela concentração das riquezas a partir da contração de oportunidades, sem olhos para ver a luta ciclópica, caminham para o suicídio, atentam contra o seu próprio status e privilégios no arrancar da esperança da massa, tão estupefata em suas delícias, tão delirantes em suas obras, não vêem se aproximar à queda de suas fortalezas, de seus muros e o fim da transfusão de sangue fétido que alimenta sua relação com o Estado. Afora seu protetor, o Estado, não podem se proteger da vingança das não-pessoas, das crianças de olhares sem luz.
Wilson Roberto Nogueira
Países abandonados canibalizam suas populações expurgando cada fibra humana, empilhando em pesadelo seus restos transformados em diamantes, urânio, ouro, petróleo, mais além de seus rins, fígados pulmões e sangue, o sangue verde de sua pujante riqueza tropical, da biblioteca contida em suas raízes culturais, na tradição de seus autóctones patenteados, que jamais terão suas moléstias curadas em prol da saúde e a prosperidade das fortalezas setentrionais.
Aos pés dos muros, fugitivos da angústia, expropriados de seus órgãos, de suas famílias famélicas se arremessam à luz esfumaçada da França, Espanha, Itália e são devidamente expelidos após serem usados. Caem aos montes, às moscas da carniça de seus sonhos, a desilusão, o sonho de fazer a América, que quer braços e não bocas sobram presídios cinco estrelas para aqueles que não terão vaga nesse arame farpado estendido no alto dos arranha-céus onde as feras do desemprego fazem suas vítimas.
Muros onde cada tijolo é um auto-engano da boa sociedade burguesa, hipócrita, purgando suas consciências, dando esmolas, atuando no teatro paternalista de medidas paliativas, de politiqueiros de plantão, na cordialidade estudada de preconceitos velados, manifestos no vidro de seu caviar, se espraiando dos incluídos nas calçadas, ignorando o direito de ir e vir da massa amorfa e pútrida das não pessoas.
A elite nos países desmoronando tal o peso de seus muros sociais, econômicos, psíquicos.
Os construtores das barragens para conter a barbárie não se vêem bárbaros, sua autofagia virótica, porque anular no outro o resultado do flagelo que provocam, escondem no sótão o quadro purulento de seus excessos, o poder produzido através do acúmulo pela expropriação, pela concentração das riquezas a partir da contração de oportunidades, sem olhos para ver a luta ciclópica, caminham para o suicídio, atentam contra o seu próprio status e privilégios no arrancar da esperança da massa, tão estupefata em suas delícias, tão delirantes em suas obras, não vêem se aproximar à queda de suas fortalezas, de seus muros e o fim da transfusão de sangue fétido que alimenta sua relação com o Estado. Afora seu protetor, o Estado, não podem se proteger da vingança das não-pessoas, das crianças de olhares sem luz.
Wilson Roberto Nogueira
Muros
Parte I
Todos os dias saltam do alto das muralhas do medo, restos de desespero, fantasmas sem grilhões. Feridas rasgadas, sulcando de quente sangue a pele negra, herança do sofrimento no arame farpado da opressão. Os cães do ódio ladram e seus dentes cravam na carne suja e apodrecida da escravidão.
A afluente aristocracia – dos eupátridas pós-modernos do alto de seus palacetes – quer perpetuar seu fausto enfastiado, com máquinas que não comam, não bebam e não se reproduzam, precisam de criados invisíveis que não ofendam com sua presença.
Os muros são fronteiras que protegem vós mesmos nos outros, a vossa humanidade, a obrigação de enxergar o contraste no espelho da exclusão. Denuncia da conseqüência da ânsia de acumular necessidades supérfluas, carência de necessidades reais da multidão zumbi, do lumpen.
Os muros correspondem ao medo de se verem despojados de suas histórias, construídas dos espólios da guerra fratricida entre a cria mais forte e a mais fraca da loba do sistema.
O abismo se agiganta, as trevas abatem as crias esquálidas do proletariado no esgoto da exclusão, embrutecendo suas vontades na voracidade da vingança, cristalizada no crime, incendiada nos entorpecentes, perdidas na sarjeta.
Os muros são construídos por todos que os exteriorizam na força repressiva do representante autoeleito, o Estado, forte diante dos fracos e fraco diante dos fortes.
É quando o subúrbio se levanta e o morro escorre para a calçada. O subúrbio clama por empregos e o morro por esperança na forma de pão e dignidade.
Cada tijolo ensangüentado, por quem é colocado?
Só o dólar e o pó atravessam os muros, se globalizam. As pessoas estão confinadas em seus pesadelos de consumo, chafurdando no lodo que transformaram as pátrias violentadas.
Caminham, não, se arrastam nas sombras, atravessam desertos guiados por coiotes, são espremidas em contêineres, vagam em barcos, escorraçados em sua esperança, lastros de fantasia, patologia. O não-lugar para as não-pessoas.
A estátua abre os braços, generosa aos miseráveis do mundo inteiro, generosidade de pedra, cláusula que esqueceram de gravar em seu pedestal de bondade:
"desde que tenham dinheiro ou voltem para suas cloacas do terceiro mundo após o expediente, pobreza terrorista que carregam em seus corpos...".
Muros represam o mar pútrido da pobreza, da violência, que agride e alimenta o revide. O muro que engole o berço.
A globalização dos muros erigidos, verdadeiras homenagens ao Apartheid. Os muros ideológicos derrubados a marretadas em Berlim não permitiram aos embriagados ver o quão inebriados de ideologia estavam. Outros muros foram levantados: na Coréia do Norte, em Israel ou na fronteira dos E.U.A. com o México; outros muros construídos com o imperativo de ocultar a agressiva presença do outro, o estrangeiro, que quer um lugar à mesa, um lugar ao sol.
Serviçais sentados à mesa dos patrões com seus modos de sarjeta, com odores fétidos e roupas sujas, restos devorados por suas próprias mães.
Wilson Roberto Nogueira
Todos os dias saltam do alto das muralhas do medo, restos de desespero, fantasmas sem grilhões. Feridas rasgadas, sulcando de quente sangue a pele negra, herança do sofrimento no arame farpado da opressão. Os cães do ódio ladram e seus dentes cravam na carne suja e apodrecida da escravidão.
A afluente aristocracia – dos eupátridas pós-modernos do alto de seus palacetes – quer perpetuar seu fausto enfastiado, com máquinas que não comam, não bebam e não se reproduzam, precisam de criados invisíveis que não ofendam com sua presença.
Os muros são fronteiras que protegem vós mesmos nos outros, a vossa humanidade, a obrigação de enxergar o contraste no espelho da exclusão. Denuncia da conseqüência da ânsia de acumular necessidades supérfluas, carência de necessidades reais da multidão zumbi, do lumpen.
Os muros correspondem ao medo de se verem despojados de suas histórias, construídas dos espólios da guerra fratricida entre a cria mais forte e a mais fraca da loba do sistema.
O abismo se agiganta, as trevas abatem as crias esquálidas do proletariado no esgoto da exclusão, embrutecendo suas vontades na voracidade da vingança, cristalizada no crime, incendiada nos entorpecentes, perdidas na sarjeta.
Os muros são construídos por todos que os exteriorizam na força repressiva do representante autoeleito, o Estado, forte diante dos fracos e fraco diante dos fortes.
É quando o subúrbio se levanta e o morro escorre para a calçada. O subúrbio clama por empregos e o morro por esperança na forma de pão e dignidade.
Cada tijolo ensangüentado, por quem é colocado?
Só o dólar e o pó atravessam os muros, se globalizam. As pessoas estão confinadas em seus pesadelos de consumo, chafurdando no lodo que transformaram as pátrias violentadas.
Caminham, não, se arrastam nas sombras, atravessam desertos guiados por coiotes, são espremidas em contêineres, vagam em barcos, escorraçados em sua esperança, lastros de fantasia, patologia. O não-lugar para as não-pessoas.
A estátua abre os braços, generosa aos miseráveis do mundo inteiro, generosidade de pedra, cláusula que esqueceram de gravar em seu pedestal de bondade:
"desde que tenham dinheiro ou voltem para suas cloacas do terceiro mundo após o expediente, pobreza terrorista que carregam em seus corpos...".
Muros represam o mar pútrido da pobreza, da violência, que agride e alimenta o revide. O muro que engole o berço.
A globalização dos muros erigidos, verdadeiras homenagens ao Apartheid. Os muros ideológicos derrubados a marretadas em Berlim não permitiram aos embriagados ver o quão inebriados de ideologia estavam. Outros muros foram levantados: na Coréia do Norte, em Israel ou na fronteira dos E.U.A. com o México; outros muros construídos com o imperativo de ocultar a agressiva presença do outro, o estrangeiro, que quer um lugar à mesa, um lugar ao sol.
Serviçais sentados à mesa dos patrões com seus modos de sarjeta, com odores fétidos e roupas sujas, restos devorados por suas próprias mães.
Wilson Roberto Nogueira
Dr
Grande demais, todas as coisas tornam-se grandes demais. Logo após, pequenas, contraindo e se expandindo numa medida incalculável de sensatez. Veste o mundo de razão, numa qualquer razão destrambelhada e assim, respira, enxerga, como de dentro para fora; noutras vezes, de fora para dentro. Uma batida de coração, um ar mais profundo vindo de um lugar além, uma dor que doía quando não sabíamos de nada. E sabíamos? Doía tão vagarosamente, naquele compasso manso, como uma longa espera na saleta do consultório médico... e doía tanto, de uma coisa infundada mas um pouco real, um medo além e no entanto, terreno.
Como pupilas na escuridão e as pálpebras que não se fecham. E tudo o que não se move. Vasculantes e tudo o que paira no ar de maneira amena, - estou nos segundos de ontem, que esperavam pela mesma coisa de hoje, e provavelmente nos segundos de amanhã que ainda estarão esperando por nada ou além - como se acontecesse, suspiro aliviada, porque a dor não chegou como nas outras manhãs. Não foi tão dor, mas também, não veio como pouca dor. Foi dosagem e medida, numa dessas tempestuosas sensações e... a dor! Não afirmo que essa dor seja a mesma de todos os dias, nem que a de todos os dias se repita exaustivamente, mas na somatória, no indivisível, dor colando em dor, em alguns dias, dor se anula com dor, noutros, o nulo se faz presente e adiciona um pouco mais de ruído, e doía como antes.
Se visse eu, como me vejo aqui, no passado, não iria doer. E no mesmo passado, não iria existir. Sou nascida de sensações irrisórias e claustrofóbicas, vindo de mim mesma, e nasço há cada dia, num canto diferente e num lugar qualquer. Se quisesse eu mesma, contraída numa razão sobre a existência; nada seria, e eu não existiria. Existo por instinto, e penso por conveniência, por tudo que sinto, há um primeiro passo antecessor que me faz aguilhão e coragem. E justamente nesses pedaços de tempos que não voltam nunca mais, me faço. Para refazer o que fiz no outro dia tem de haver um novo aguilhão e uma nova coragem, se demorar, fico aqui, estagnada - se vier depressa demais, não acompanho o desprendimento com totalidade. É que estou na busca da terrível aceitação e quando tudo passa, pareço um outro qualquer, já não sou quem eu era e nem imagino quem eu seja. Estou em um lado que não quis estar e estou, também, aqui; com o tempo que há de passar.
Juliana Vallim
Como pupilas na escuridão e as pálpebras que não se fecham. E tudo o que não se move. Vasculantes e tudo o que paira no ar de maneira amena, - estou nos segundos de ontem, que esperavam pela mesma coisa de hoje, e provavelmente nos segundos de amanhã que ainda estarão esperando por nada ou além - como se acontecesse, suspiro aliviada, porque a dor não chegou como nas outras manhãs. Não foi tão dor, mas também, não veio como pouca dor. Foi dosagem e medida, numa dessas tempestuosas sensações e... a dor! Não afirmo que essa dor seja a mesma de todos os dias, nem que a de todos os dias se repita exaustivamente, mas na somatória, no indivisível, dor colando em dor, em alguns dias, dor se anula com dor, noutros, o nulo se faz presente e adiciona um pouco mais de ruído, e doía como antes.
Se visse eu, como me vejo aqui, no passado, não iria doer. E no mesmo passado, não iria existir. Sou nascida de sensações irrisórias e claustrofóbicas, vindo de mim mesma, e nasço há cada dia, num canto diferente e num lugar qualquer. Se quisesse eu mesma, contraída numa razão sobre a existência; nada seria, e eu não existiria. Existo por instinto, e penso por conveniência, por tudo que sinto, há um primeiro passo antecessor que me faz aguilhão e coragem. E justamente nesses pedaços de tempos que não voltam nunca mais, me faço. Para refazer o que fiz no outro dia tem de haver um novo aguilhão e uma nova coragem, se demorar, fico aqui, estagnada - se vier depressa demais, não acompanho o desprendimento com totalidade. É que estou na busca da terrível aceitação e quando tudo passa, pareço um outro qualquer, já não sou quem eu era e nem imagino quem eu seja. Estou em um lado que não quis estar e estou, também, aqui; com o tempo que há de passar.
Juliana Vallim
Semi-adestrado
Quase madrugada. Quase. Numa benevolência magistral extraio o nulo de mim. O que resta é de todo um vazio; estou para sofredora e estou para não estar. Venho restringindo-me ao imaginado, este, que se torna um milagroso veneno - e prepotente. Tão tudo, tão cheio de tudo e a única coisa que consigo perceber é o eco que acontece dentro de mim. Daqueles vazios de alma sem alma, ou pura alma e puro ser em essência. Apresento-te o vazio das palavras: estou cá, indexada à mim. Pregada aos horrores do que se é em nervo e turbilhão. Perversão do sonho e o indicador, para o lado de trás, qualquer um. Ando aos trancos, reagindo ao vento qualquer e sem som, estou, está. E falo, num imaculado silêncio o que sinto. Paredes mucosas e o ruído final de uma pluma última que cai. E caio aos poucos, num lento e retilíneo desespero. Estou desesperada? vou tateando, corroendo o que não há e a tristeza me comove um pouco mais, como de quem não quer e projeto toda a vontade.
Nevoeiro e surge o que se é, sou. De horror e cheia de felicidade, emociono-me em um breve momento e paro. Vacilo e penso: quase outro dia, estou só. Não digo frustrada, estou somente só. Eis que refaço cheia de medo o meu novo dia em poucos minutos, estará. Contudo estou livre e de olhos abertos. Sinto lenta a solidão que se encaixa perfeitamente em meu vazio cerebral, no meu senil respiro. Balbucio movimentos; há palavras que não ouso dizer, e sendo memorável, estou no meio e vazia. Com todo o vazio, com toda a liberdade de se estar livre e com toda a angústia de se procurar eternamente. Sou eterna em procura e sobrevivo. Por alto estou nula, desagregada de um passado, e num presente-movimento que arranha meus segundos de felicidade; um segundo sim outro não. Transformo diante de qualquer reflexo, já não me sou tão com autoridade, me perdi no tempo vago das memórias e me confundo diante de todos os reflexos; faço um movimento para que eu me perceba como gente. Sou o quê? o que me restar, e é essa mesmo a pergunta? sou o que resta quando não se quer restar; quero a totalidade de tudo, a soma, o resultado de todas as metades e unidades perdidas. Meu corpo parece expelir por vontade minha alma e estou a vagar de corpo presente e trépido.
Encarno num momento inexistente; não o vivi. E uma pessoa, qualquer que me chame atenção prende-me, passo a tê-la como se eu me tivesse nela. Vivo então. Num espectro exorbitante de serenidade; estou viva e me coloco diante da platéia. Quero sacolejos - e sacolejo-me - e gritos, quaisquer que possam me estontear, pois estou viva e tenho vontades urgentíssimas. Agora quero lhe contar como é a soma de toda a loucura de beirada, como é que se vive nesses deslizes que matariam qualquer um: não se vive, deixa-se viver. E de repente vem a foice junto à face e rasga-me em um único golpe. Fui traída pela minha própria vontade e estou à representar, sempre que vivi, representei. E represento minha dor como senão existisse. E nas vezes que choro, estou à representar. E agora, enjaulo-me na minha real verdade. Estou só como nunca estive e o meu gerador é montante de vazios. Como se descreve o vazio? Difícil tarefa, estou entrando nessa perigosa realidade para lhe contar como tudo é tão vazio. E me dói, faz eco e grita, sinto um vazio quase demente. Entro no sossego que retroage para o começo, é a eternidade. O oco, o eco, o começo, o desespero, o começo que não tem fim. É assim quando se sente o vazio; existir sem existir, começar sem começar. E acaba por acreditar na eternidade, sentindo-a, pois ainda não começou, e a espera é cruelmente eterna.
Juliana Vallim
Nevoeiro e surge o que se é, sou. De horror e cheia de felicidade, emociono-me em um breve momento e paro. Vacilo e penso: quase outro dia, estou só. Não digo frustrada, estou somente só. Eis que refaço cheia de medo o meu novo dia em poucos minutos, estará. Contudo estou livre e de olhos abertos. Sinto lenta a solidão que se encaixa perfeitamente em meu vazio cerebral, no meu senil respiro. Balbucio movimentos; há palavras que não ouso dizer, e sendo memorável, estou no meio e vazia. Com todo o vazio, com toda a liberdade de se estar livre e com toda a angústia de se procurar eternamente. Sou eterna em procura e sobrevivo. Por alto estou nula, desagregada de um passado, e num presente-movimento que arranha meus segundos de felicidade; um segundo sim outro não. Transformo diante de qualquer reflexo, já não me sou tão com autoridade, me perdi no tempo vago das memórias e me confundo diante de todos os reflexos; faço um movimento para que eu me perceba como gente. Sou o quê? o que me restar, e é essa mesmo a pergunta? sou o que resta quando não se quer restar; quero a totalidade de tudo, a soma, o resultado de todas as metades e unidades perdidas. Meu corpo parece expelir por vontade minha alma e estou a vagar de corpo presente e trépido.
Encarno num momento inexistente; não o vivi. E uma pessoa, qualquer que me chame atenção prende-me, passo a tê-la como se eu me tivesse nela. Vivo então. Num espectro exorbitante de serenidade; estou viva e me coloco diante da platéia. Quero sacolejos - e sacolejo-me - e gritos, quaisquer que possam me estontear, pois estou viva e tenho vontades urgentíssimas. Agora quero lhe contar como é a soma de toda a loucura de beirada, como é que se vive nesses deslizes que matariam qualquer um: não se vive, deixa-se viver. E de repente vem a foice junto à face e rasga-me em um único golpe. Fui traída pela minha própria vontade e estou à representar, sempre que vivi, representei. E represento minha dor como senão existisse. E nas vezes que choro, estou à representar. E agora, enjaulo-me na minha real verdade. Estou só como nunca estive e o meu gerador é montante de vazios. Como se descreve o vazio? Difícil tarefa, estou entrando nessa perigosa realidade para lhe contar como tudo é tão vazio. E me dói, faz eco e grita, sinto um vazio quase demente. Entro no sossego que retroage para o começo, é a eternidade. O oco, o eco, o começo, o desespero, o começo que não tem fim. É assim quando se sente o vazio; existir sem existir, começar sem começar. E acaba por acreditar na eternidade, sentindo-a, pois ainda não começou, e a espera é cruelmente eterna.
Juliana Vallim
Um para cá; três para lá
Um para cá; três para lá
De versos, estou vazia. Tão vazia de dar espaço para que eu dance e gire pelo oco de tudo o que sou, de tudo o que me sobrou. Vazio manso de solidão devagar, hoje mesmo sou e talvez eu vá além, para o mundo atrás das grandes e intocáveis coisas. Tudo aqui gira numa plenitude singular e removente; como se assim eu fosse. E dum desses removentes prazeres nasço. Antes de mim mesma e o ar já não me dói.
E as explicações eu já não quero como se suficiente eu fosse, pelos próprios sacrifícios humanos, eu me tivesse tornado suficiente nesse silêncio que está à me dominar. Peço em todos os momentos: deixa-me ser. Assim soturnamente imantada por uma fuga constante que insiste em me deflorar como parte indivisível dessas coisas todas tão maiores que meu corpo. Deixa-me ser assim como deixo-te onde queres, nessa partezinha minúscula de sensatez que lhe basta, como se não me bastasse - e não basta!
Vago pelos jardins flamejantes, estou prestes a saltar num golpe contra o universo e isso também não me dói ou segura meu corpo, como se o fim para coisas sensíveis não existisse e como se assim fosse. Se talvez te basta, você se mantêm como gota do que se é. E minha dor submerge nos segundos mais profundos da alma, nada me basta e aqui no fim, sei que também não mata.
Juliana Vallim
De versos, estou vazia. Tão vazia de dar espaço para que eu dance e gire pelo oco de tudo o que sou, de tudo o que me sobrou. Vazio manso de solidão devagar, hoje mesmo sou e talvez eu vá além, para o mundo atrás das grandes e intocáveis coisas. Tudo aqui gira numa plenitude singular e removente; como se assim eu fosse. E dum desses removentes prazeres nasço. Antes de mim mesma e o ar já não me dói.
E as explicações eu já não quero como se suficiente eu fosse, pelos próprios sacrifícios humanos, eu me tivesse tornado suficiente nesse silêncio que está à me dominar. Peço em todos os momentos: deixa-me ser. Assim soturnamente imantada por uma fuga constante que insiste em me deflorar como parte indivisível dessas coisas todas tão maiores que meu corpo. Deixa-me ser assim como deixo-te onde queres, nessa partezinha minúscula de sensatez que lhe basta, como se não me bastasse - e não basta!
Vago pelos jardins flamejantes, estou prestes a saltar num golpe contra o universo e isso também não me dói ou segura meu corpo, como se o fim para coisas sensíveis não existisse e como se assim fosse. Se talvez te basta, você se mantêm como gota do que se é. E minha dor submerge nos segundos mais profundos da alma, nada me basta e aqui no fim, sei que também não mata.
Juliana Vallim
Trocas
Troca-se um coração triste
Pelo cantar de um pássaro livre
Mesmo que o canário preso seja mais fácil de encontrar,
Não há troca entre tristeza e prisão.
Troca-se um sapato furado
Por pés descalços, fraternos do chão,
Nessa troca serei irmã da terra
E o cheiro da chuva, melhor que todas as essências...
Troca-se um palácio cheio de segredos
Por uma casa simples
Da qual eu conheça todos os tijolos
E conheça a mim mesma face a face.
Troco ilusões por sonhos reais
Troco a busca pelo pote de ouro
Por um pote onde possa guardar meus sonhos
E, assim, consultá-los sempre que quiser.
Troco reclamações por versos,
Versos que protestem, que gritem,
Versos de revolta contra a murmuração
Nada de lamúrias, eu quero ação!
Troco lágrimas por sorrisos,
Não um sorriso qualquer,
Mas o sorriso da criança,
Sorriso verdadeiro que com tudo se encanta
E a todos encanta.
Troco minha vida de hoje
Pela vida do próximo amanhã
E troco a vida de agora
Pela do próximo segundo...
Troco meus medos pela coragem da criança
Que se lança nos braços do pai
Sem questionar se será segurada,
Apenas acredita e curte o momento...
Troco o tédio pela surpresa,
Surpresa como a do anoitecer
Que grandes coisas esconde
Para o dia seguinte.
Troco um amor velho por ele mesmo
Só que revigorado por ventos de mudança
Por ventos de conquista
Que renovam o amor todos os dias.
Troco o final de um poema
Pela eternidade das idéias
E que a despedida de hoje
Seja o olá de amanhã.
Huliana Ribeiro dos Santos.
"Tudo vale a pena se a alma não é pequena "
Blog da Huliana: http://spaces.msn.com/hulianaribeiro/
Pelo cantar de um pássaro livre
Mesmo que o canário preso seja mais fácil de encontrar,
Não há troca entre tristeza e prisão.
Troca-se um sapato furado
Por pés descalços, fraternos do chão,
Nessa troca serei irmã da terra
E o cheiro da chuva, melhor que todas as essências...
Troca-se um palácio cheio de segredos
Por uma casa simples
Da qual eu conheça todos os tijolos
E conheça a mim mesma face a face.
Troco ilusões por sonhos reais
Troco a busca pelo pote de ouro
Por um pote onde possa guardar meus sonhos
E, assim, consultá-los sempre que quiser.
Troco reclamações por versos,
Versos que protestem, que gritem,
Versos de revolta contra a murmuração
Nada de lamúrias, eu quero ação!
Troco lágrimas por sorrisos,
Não um sorriso qualquer,
Mas o sorriso da criança,
Sorriso verdadeiro que com tudo se encanta
E a todos encanta.
Troco minha vida de hoje
Pela vida do próximo amanhã
E troco a vida de agora
Pela do próximo segundo...
Troco meus medos pela coragem da criança
Que se lança nos braços do pai
Sem questionar se será segurada,
Apenas acredita e curte o momento...
Troco o tédio pela surpresa,
Surpresa como a do anoitecer
Que grandes coisas esconde
Para o dia seguinte.
Troco um amor velho por ele mesmo
Só que revigorado por ventos de mudança
Por ventos de conquista
Que renovam o amor todos os dias.
Troco o final de um poema
Pela eternidade das idéias
E que a despedida de hoje
Seja o olá de amanhã.
Huliana Ribeiro dos Santos.
"Tudo vale a pena se a alma não é pequena "
Blog da Huliana: http://spaces.msn.com/hulianaribeiro/
quinta-feira, 27 de novembro de 2008
Versos de Adeus
Um oi!
Um recomeço!
eterno suspiro
ùltimo suspiro
eterna vida prometida
sem começo nem fim
só de meios e caminhos
aparentemente sem pedras,enfim.
Versos de adeus
Nunca um ponto final
Deisi Perin
Um recomeço!
eterno suspiro
ùltimo suspiro
eterna vida prometida
sem começo nem fim
só de meios e caminhos
aparentemente sem pedras,enfim.
Versos de adeus
Nunca um ponto final
Deisi Perin
Trigonometria do teu Corpo
Reticente me embriago
no improviso do teu canto
E no improviso do afago
Sonho a lua prateando
os ângulos do teu corpo
Entre a brisa e o vento
na linha divisória do tempo
teu sorriso acelera os batimentos
Me embriago sem anticorpo
no improviso do teu canto.
Lua, lua lua
embebida miopia
e eu tão tua.
Andréa Motta
no improviso do teu canto
E no improviso do afago
Sonho a lua prateando
os ângulos do teu corpo
Entre a brisa e o vento
na linha divisória do tempo
teu sorriso acelera os batimentos
Me embriago sem anticorpo
no improviso do teu canto.
Lua, lua lua
embebida miopia
e eu tão tua.
Andréa Motta
quarta-feira, 26 de novembro de 2008
Àflorada
À flor que desabrochou
que diz a brochura?
Que diz a brochura:
a flor desabrochou
A brochura diz
desabrocha flor
flor desabrochada
à brochura dada
dada de dadá
dada à vida deusa
afrodite dá
fala de bebê
dada de dá, dá
dá de dê e dó
música e flor
desbrocha amor
flor
amor
brochura
broxa de pintura
pintura de cor
cor de flor e amor
amor e frescura
cura flor lisura
flor desabrochada
brochura aflorada
o que diz a flor
quer dizer: amor
AD MIRAÇÃO
JOÃO
GUIMARÃES
É ROSÃO
Maria José de Manezes
que diz a brochura?
Que diz a brochura:
a flor desabrochou
A brochura diz
desabrocha flor
flor desabrochada
à brochura dada
dada de dadá
dada à vida deusa
afrodite dá
fala de bebê
dada de dá, dá
dá de dê e dó
música e flor
desbrocha amor
flor
amor
brochura
broxa de pintura
pintura de cor
cor de flor e amor
amor e frescura
cura flor lisura
flor desabrochada
brochura aflorada
o que diz a flor
quer dizer: amor
AD MIRAÇÃO
JOÃO
GUIMARÃES
É ROSÃO
Maria José de Manezes
terça-feira, 25 de novembro de 2008
Dia Internacional pela Eliminação da Violência contra as Mulheres.
Uma em cada três mulheres é alvo de violência na sua vida.
veja o video:
http://br.youtube.com/watch?v=DYJYrmU1NPY
Do Estigma à sobrevivência
Andréa Motta
Na penumbra da cidade
brilho de lantejoulas
seios desnudos
lábios pintados de carmim
no corpo lanhado
tatuadas as marcas do desamor
Escoriações
hematomas
carne rasgada
alma amargurada
Nos desvios do tempo
Delitos, impunidade e dor,
violência doméstica
violência urbana
Nas esquinas um olhar
de menina amedrontada
não há lágrimas nem sorrisos.
Só um silencioso pedido de socorro
entre sonhos adormecidos.
No jogo da sobrevivência,
Sombras escamoteiam o medo.
No desenho da calçada
Rostos anônimos
gigolôs, prostitutas
sofismam pelos cruzamentos
escandalizando crentes
Loucas sombras funambulescas
na solitude noturna
conspiram versos desencantados
num pacto com o diabo
Mas o tempo, tal qual um sopro,
leva sem remorsos
o silêncio da noite, as escoriações
os hematomas, as mãos vazias
a dança do neon..
Na cauda do vento, a fantasia
por um instante,
insinua-se nos olhares castigados
suavizando-os.
Não importa
onde pouse o olhar
não importa
a identidade
nem o coração partido
Não importa
a desventura
nem as portas fechadas.
A alvorada traz a denúncia,
Incitando à liberdade!
quando cada um segue o seu destino.
Uma em cada três mulheres é alvo de violência na sua vida.
veja o video:
http://br.youtube.com/watch?v=DYJYrmU1NPY
Do Estigma à sobrevivência
Andréa Motta
Na penumbra da cidade
brilho de lantejoulas
seios desnudos
lábios pintados de carmim
no corpo lanhado
tatuadas as marcas do desamor
Escoriações
hematomas
carne rasgada
alma amargurada
Nos desvios do tempo
Delitos, impunidade e dor,
violência doméstica
violência urbana
Nas esquinas um olhar
de menina amedrontada
não há lágrimas nem sorrisos.
Só um silencioso pedido de socorro
entre sonhos adormecidos.
No jogo da sobrevivência,
Sombras escamoteiam o medo.
No desenho da calçada
Rostos anônimos
gigolôs, prostitutas
sofismam pelos cruzamentos
escandalizando crentes
Loucas sombras funambulescas
na solitude noturna
conspiram versos desencantados
num pacto com o diabo
Mas o tempo, tal qual um sopro,
leva sem remorsos
o silêncio da noite, as escoriações
os hematomas, as mãos vazias
a dança do neon..
Na cauda do vento, a fantasia
por um instante,
insinua-se nos olhares castigados
suavizando-os.
Não importa
onde pouse o olhar
não importa
a identidade
nem o coração partido
Não importa
a desventura
nem as portas fechadas.
A alvorada traz a denúncia,
Incitando à liberdade!
quando cada um segue o seu destino.
quinta-feira, 13 de novembro de 2008
Nadando Contra a Maré
O cotidiano, através da rotina, tem levado as pessoas a procederem sempre da mesma maneira sem atentarem para o que existe ao redor de suas vidas. O mundo caminha para a extinção das relações humanas saudáveis pois o homem só tem olhado para o seu próprio umbigo. A existência humana tornou-se sinônimo de busca desenfreada por riquezas, desigualdades sociais, alienação e a certeza de que só existirão dias melhores em outra vida, onde receberá uma compensação por todo o seu sofrimento nesta vida. Com a presente exposição, pretende-se mostrar que a rotina tem destruído as relações humanas, e levado o Homem à não ter uma visão crítica a respeito de sua existência e da Humanidade.
A busca desenfreada por riquezas, levou o homem na Idade Moderna a lançar-se ao mar e buscar novas terras para a sua conquista e domínio, subjugando povos por ele considerados inferiores e aptos para a escravidão, abrindo assim, mão dos princípios morais e éticos que diziam que todos são iguais perante Deus e perante os homens; e hoje leva o político a roubar a nação que o elegeu, a querer sempre mais e mais, não importa de onde virá a riqueza, desde que venha. Cotidianamente, isso vem acontecendo mas, o homem enquanto indivíduo, acostumou-se a deixar tudo como está, em sua rotina de vida de sair para trabalhar, voltar cansado, dormir pouco e começar tudo do mesmo jeito no dia seguinte, não sobra espaço para reclamar da corrupção, do patrão que explora o empregado (ele mesmo), ou da economia que o sufoca dia a dia. Tudo isso está fora de sua visão de realidade diária, não tem como perceber que tudo é intrínseco a ele.
As riquezas mal distribuídas geram as desigualdades sociais, que este mesmo homem desfruta todos os dias. É tão comum essa pirâmide invertida onde muitos têm pouco e poucos têm muito, que na maioria das vezes, ele chega a acreditar que é normal essa situação, que não há nada a ser feito, que a minoria merece mais que a maioria, que é justo, pois ele é um nada, um ninguém, só mais um entre tantos. O cotidiano juntamente com a rotina impõe ao homem comum que ele nada pode fazer, que é melhor seguir seu caminho rumo à alienação, que um dia ele será feliz e desfrutará de tudo o que deseja a sua alma sofrida em um paraíso prometido aos que sofrem; esse dia, um dia chegará.
Sem saber como agir, este homem permanece alienado, sem tomar conhecimento de seu redor, de sua condição de explorado, de sua rotina miserável de “vida”, não percebe que quase tudo coopera para que ele se dê sempre mal em tudo o que fizer, e o seu explorador sobressaia a tudo e a todos. A monotonia alienante em que está mergulhado, só o deixa perceber que acabou o arroz e o feijão e que ele terá que trabalhar mais trinta dias para comprá-los, e torcer para que o que sobrou de seu salário, dê para comprar um pedaço de carne para ele e seus filhos alienados desde pequenos; esqueça a taxa de juros, a inflação, ele precisa de comida para alimentar o seu corpo, a sua alma faminta, sem forças fica para depois, se sobrar tempo e se ele lembrar-se dela.
E quando chegar ao fim de sua vida, e perceber que a outra vida chegou, e não é nada do que ele pensava, se lembrará de quando teve oportunidade de fazer alguma coisa, e acreditou que não era capaz. Lembrará de quando sonhava com um paraíso, com um céu, e não percebeu que o céu poderia ser aqui se lutasse, mesmo contra a maré, e no fim, mesmo desgastado, teria nas mãos o troféu de sua conquista, teria vencido.
O homem pode ser vencedor do sistema monótono em que está mergulhado, do cotidiano vicioso que destrói a ele e o meio em que vive. Basta atenção para perceber que a riqueza deve ser um meio de conseguir uma vida plena, e não uma obsessão desenfreada de não se satisfazer somente com o que é de sua posse, e tomar o que é dos outros; ele pode lutar para não ser mais um dos mortos pela desigualdade social, que aflige a humanidade; ele pode viver, sofrer, lutar, ultrapassar as expectativas daqueles que torcem a favor de sua ruína e sair da caverna, enxergar a verdadeira luz que brilha para aqueles que abrem os olhos totalmente, deixar de ser um ser alienado que não sabe o que deve fazer, para onde vai, de onde vem, e viver realmente; enfim, criar o seu paraíso particular, mostrar que a sua capacidade de agir ainda opera dentro de si, que é possível mudar de uma favela mental para um Jardim na Zona Sul, e acordar todos os dias e ver sempre um brilho diferente de conquista a raiar no Sol acima dele, o homem pode vencer a rotina do cotidiano injusto que o cerca.
Huliana Ribeiro dos Santos
(Opinião e Informação 28/07/2005 )
A busca desenfreada por riquezas, levou o homem na Idade Moderna a lançar-se ao mar e buscar novas terras para a sua conquista e domínio, subjugando povos por ele considerados inferiores e aptos para a escravidão, abrindo assim, mão dos princípios morais e éticos que diziam que todos são iguais perante Deus e perante os homens; e hoje leva o político a roubar a nação que o elegeu, a querer sempre mais e mais, não importa de onde virá a riqueza, desde que venha. Cotidianamente, isso vem acontecendo mas, o homem enquanto indivíduo, acostumou-se a deixar tudo como está, em sua rotina de vida de sair para trabalhar, voltar cansado, dormir pouco e começar tudo do mesmo jeito no dia seguinte, não sobra espaço para reclamar da corrupção, do patrão que explora o empregado (ele mesmo), ou da economia que o sufoca dia a dia. Tudo isso está fora de sua visão de realidade diária, não tem como perceber que tudo é intrínseco a ele.
As riquezas mal distribuídas geram as desigualdades sociais, que este mesmo homem desfruta todos os dias. É tão comum essa pirâmide invertida onde muitos têm pouco e poucos têm muito, que na maioria das vezes, ele chega a acreditar que é normal essa situação, que não há nada a ser feito, que a minoria merece mais que a maioria, que é justo, pois ele é um nada, um ninguém, só mais um entre tantos. O cotidiano juntamente com a rotina impõe ao homem comum que ele nada pode fazer, que é melhor seguir seu caminho rumo à alienação, que um dia ele será feliz e desfrutará de tudo o que deseja a sua alma sofrida em um paraíso prometido aos que sofrem; esse dia, um dia chegará.
Sem saber como agir, este homem permanece alienado, sem tomar conhecimento de seu redor, de sua condição de explorado, de sua rotina miserável de “vida”, não percebe que quase tudo coopera para que ele se dê sempre mal em tudo o que fizer, e o seu explorador sobressaia a tudo e a todos. A monotonia alienante em que está mergulhado, só o deixa perceber que acabou o arroz e o feijão e que ele terá que trabalhar mais trinta dias para comprá-los, e torcer para que o que sobrou de seu salário, dê para comprar um pedaço de carne para ele e seus filhos alienados desde pequenos; esqueça a taxa de juros, a inflação, ele precisa de comida para alimentar o seu corpo, a sua alma faminta, sem forças fica para depois, se sobrar tempo e se ele lembrar-se dela.
E quando chegar ao fim de sua vida, e perceber que a outra vida chegou, e não é nada do que ele pensava, se lembrará de quando teve oportunidade de fazer alguma coisa, e acreditou que não era capaz. Lembrará de quando sonhava com um paraíso, com um céu, e não percebeu que o céu poderia ser aqui se lutasse, mesmo contra a maré, e no fim, mesmo desgastado, teria nas mãos o troféu de sua conquista, teria vencido.
O homem pode ser vencedor do sistema monótono em que está mergulhado, do cotidiano vicioso que destrói a ele e o meio em que vive. Basta atenção para perceber que a riqueza deve ser um meio de conseguir uma vida plena, e não uma obsessão desenfreada de não se satisfazer somente com o que é de sua posse, e tomar o que é dos outros; ele pode lutar para não ser mais um dos mortos pela desigualdade social, que aflige a humanidade; ele pode viver, sofrer, lutar, ultrapassar as expectativas daqueles que torcem a favor de sua ruína e sair da caverna, enxergar a verdadeira luz que brilha para aqueles que abrem os olhos totalmente, deixar de ser um ser alienado que não sabe o que deve fazer, para onde vai, de onde vem, e viver realmente; enfim, criar o seu paraíso particular, mostrar que a sua capacidade de agir ainda opera dentro de si, que é possível mudar de uma favela mental para um Jardim na Zona Sul, e acordar todos os dias e ver sempre um brilho diferente de conquista a raiar no Sol acima dele, o homem pode vencer a rotina do cotidiano injusto que o cerca.
Huliana Ribeiro dos Santos
(Opinião e Informação 28/07/2005 )
MIMETISMO
Nesse cemitério em que estamos
nada mais somos
do que espetaculares espectros,
especulares de nós mesmos,
esporadicamente reais!
Susan Blum 1999
nada mais somos
do que espetaculares espectros,
especulares de nós mesmos,
esporadicamente reais!
Susan Blum 1999
quarta-feira, 12 de novembro de 2008
Enlevo
Derramadas as palavras
no centro do infinito
com que ternura te encontro
Comprometida com o vento
tocada pela magia
da arte
ouso em teu nome,
poesia
compor a tristeza
e a alegria
que deslumbra
dos sentidos.
Andréa Motta
no centro do infinito
com que ternura te encontro
Comprometida com o vento
tocada pela magia
da arte
ouso em teu nome,
poesia
compor a tristeza
e a alegria
que deslumbra
dos sentidos.
Andréa Motta
Cansaços
Nas profundezas da noite
Um encontro brando
de cansaços
Enleia
Numa sensível sensualidade,
o silêncio da íris.
Andréa Motta
(Proyecto Cultural Sur- Poesia do Brasil vol 7)
Bento Gonçalves,Rio Grande do Sul .2008
Um encontro brando
de cansaços
Enleia
Numa sensível sensualidade,
o silêncio da íris.
Andréa Motta
(Proyecto Cultural Sur- Poesia do Brasil vol 7)
Bento Gonçalves,Rio Grande do Sul .2008
quinta-feira, 6 de novembro de 2008
quarta-feira, 5 de novembro de 2008
Meus versos deitam-se em láios de esperança
E tuas palavras são ausência além dos tempos
Esquecido é o Amor de sua sina
Como vaga que carrega eternamente os pensamentos
Minha Dor é a mão no ombro da criança
E a criação toda aspira essa presença
Se me esqueço em poesias vãs de primaveras
Blasfemo na lembrança do santo mistério das quimeras
Como coisa odiada é a estiagem
Enquanto o oceano é movido em hora incerta
E está seguro que são os sinais lendo que desperta
O brotamento da catarse que ora encerra
Tanta vida que meu coração passante erra em delírio findo em poucas páginas
Ao tocar teu tato se pondo em guerra
Tuas cobertas são idealmente testamento de alegria
E sempre movido de qualquer encantamento
Onde jamais penetra sem razão o dia
Vejo tudo junto a ti motivo de poesia.
E tuas palavras são ausência além dos tempos
Esquecido é o Amor de sua sina
Como vaga que carrega eternamente os pensamentos
Minha Dor é a mão no ombro da criança
E a criação toda aspira essa presença
Se me esqueço em poesias vãs de primaveras
Blasfemo na lembrança do santo mistério das quimeras
Como coisa odiada é a estiagem
Enquanto o oceano é movido em hora incerta
E está seguro que são os sinais lendo que desperta
O brotamento da catarse que ora encerra
Tanta vida que meu coração passante erra em delírio findo em poucas páginas
Ao tocar teu tato se pondo em guerra
Tuas cobertas são idealmente testamento de alegria
E sempre movido de qualquer encantamento
Onde jamais penetra sem razão o dia
Vejo tudo junto a ti motivo de poesia.
Assinar:
Postagens (Atom)