Yasunari Kawabata
Su hija Tagi vino a avisar que había llegado de visita una
mujer que decía haberlo conocido treinta años antes en el pueblo de Yumiura, en
Kyushu. Kozumi Shozuke lo pensó un momento y decidió hacerla pasar a la sala.
Kozumi era escritor. Las visitas sin cita previa y a
cualquier hora eran asunto de todos los días. Justo en ese momento había tres
visitantes en la sala. Aunque los tres habían llegado por separado, los tres
estaban conversando juntos. Eran las dos de una tarde en la que, a pesar de ser
principios de diciembre, hacía calor.
La cuarta visitante se arrodilló en el corredor de afuera y
dejó la puerta corrediza abierta. Parecía avergonzada con los otros visitantes.
-Por favor, pase usted -le dijo Kozumi.
-En realidad, de hecho… -dijo la mujer con voz temblorosa-.
Llevamos tanto tiempo sin vernos. Ahora mi apellido es Murano. Pero cuando nos
conocimos era Tai. ¿No lo recuerda?
Kozumi miró la cara de la mujer. Estaba entrando en los
cincuenta pero se veía joven para su edad. Sus blancas mejillas tenían un suave
tinte rojo. Sus ojos se veían aún grandes, tal vez porque no tenía la
contextura gruesa propia de la edad madura.
-¡Justo lo que pensaba! No hay duda de que usted es el
Kozumi que conocí -dijo la mujer. Al mirarlo los ojos le brillaban de alegría.
Su entusiasmo contrastaba con la seriedad de Kozumi, que la miraba intentando
recordarla-. No ha cambiado usted en nada. La forma del perfil desde el oído a
la barbilla. ¡Sí!, y también la parte alrededor de las cejas. ¡Está idéntico!
Y así siguió, señalando rasgo por rasgo como si se tratara
de una encuesta. A todo esto Kozumi se mostraba confundido pero también
preocupado por su falta de memoria.
La mujer vestía un haori negro bordado con el emblema de la
familia. El gusto que denotaban su quimono y su obi era discreto. Sus ropas
estaban usadas pero no hacían pensar en una familia venida a menos. Era pequeña
de cuerpo y de cara. No llevaba anillos en sus cortos dedos.
-Hace cerca de treinta años estuvo en el pueblo de Yumiura,
¿recuerda? Y tuvo entonces la gentileza de venir a mi habitación. ¿Ya se ha
olvidado usted de eso? Fue el día del Festival del Puerto, hacia el atardecer…
-¿Ah…?
Cuando Kozumi oyó que había ido a la habitación de una
muchacha que sin duda había sido bonita hizo un esfuerzo aún mayor para
recordar. Si eso había ocurrido treinta años atrás, tenía entonces veinticuatro
o veinticinco años. Todavía no estaba casado.
-Usted estaba con los profesores Kida Hiroshi y Akiyama
Hisaro, e iban de viaje por Kyushu. Se quedaron en Nagasaki debido a una
invitación que les hicimos para asistir al lanzamiento de un pequeño periódico
de Yumiura.
Kida Hiroshi y Akiyama Hisaro ya estaban muertos. Ambos
novelistas, diez años mayores que Kozumi, lo habían alentado afectuosamente desde
que tenía veintidós o veintitrés años. Hacía treinta años ya eran novelistas de
primera línea. Era cierto que ellos dos habían estado de paseo por Nagasaki.
Kozumi recordaba los diarios de ese viaje y las anécdotas que habían contado
sobre él. Tanto los diarios como las anécdotas eran de sobra conocidos por el
público literario.
Por aquella época Kozumi comenzaba su carrera. Pero no
estaba seguro de que hubiese sido invitado por dos escritores mayores que él a
acompañarlos en un viaje a Nagasaki. Al revolver sin descanso su memoria, evocó
nítidamente los rostros benévolos de Kida y Akiyama, y recordó los innumerables
favores que le hicieron. Kozumi fue cayendo en un estado psicológico de dulces
y suaves reminiscencias. Su expresión debió de haber cambiado porque la mujer
le dijo:
-Se está acordando, ¿verdad? -la voz de la mujer también
cambió-. Yo acababa de hacerme cortar el pelo. Sentía frío desde las orejas
hasta la nuca. ¿Recuerda que le dije que me sentía avergonzada? El otoño ya
había terminado… Iba a salir el nuevo periódico en el pueblo y decidí dejarme
el pelo corto para volverme reportera. Recuerdo muy bien que cuando sus ojos se
fijaban en mi cuello yo me volvía como si me estuvieran tocando. De regreso
usted me acompañó a mi habitación. Entonces abrí presurosa una caja de cintas
del pelo y se las mostré. Creo que quería darle una evidencia de mi pelo largo,
mostrándole las cintas con que lo había atado. Usted se sorprendió y me dijo
que eran muchas. Es porque las cintas me gustaron desde niña.
Los otros tres visitantes estaban callados. Una vez
terminada la consulta de sus asuntos se habían quedado sentados, charlando
entre ellos, hasta que llegó la mujer. Era natural que ahora dejaran hablar a
Kozumi con la recién llegada. Pero había algo en la compostura de la mujer que
los obligaba a permanecer en silencio. Los tres visitantes escuchaban la
conversación con aire de no estar oyendo y sin mirar la cara ni de la mujer ni
de Kozumi.
-Cuando terminó la ceremonia de inauguración del periódico
bajamos por la calle del pueblo que lleva hacia el mar. Había un atardecer
arrebolado que parecía que iba a ocasionar un incendio en cualquier momento. Un
color rojo cobrizo cubría los tejados. No olvido que usted me dijo que hasta mi
cuello parecía de cobre. Yo le contesté que Yumiura era un sitio famoso por sus
atardeceres. Y, es cierto, aún no he podido olvidar los atardeceres de Yumiura.
El día en que nos conocimos hubo un lindo crepúsculo. Yumiura se llama así
probablemente por su forma, pues es un pequeño puerto como un arco que hubiesen
tajado a lo largo de la línea de la costa, siguiendo el contorno de la montaña.
Los colores del atardecer se recogen en ese cuenco. Aquel día la bóveda del
cielo con las nubes revueltas se veía más baja de lo que suele verse en otros
lugares. La línea del horizonte parecía sorprendentemente cercana. Era como una
bandada negra de aves migratorias que no pudiera traspasar la barrera de las
nubes. No era que el color del cielo se reflejara en el mar; era como si el
rojo encendido del cielo se hubiera fundido y mezclado totalmente con el agua
en ese puerto pequeño. Había allí un barquito del festival adornado con una
bandera, del que salía una música de flauta y tambores. Y había un niño en el
bote. Usted comentó que si se hubiese raspado un fósforo al lado del quimono
del niño, mar y cielo hubieran estallado en un instante como una llamarada.
¿Tiene algún recuerdo de eso ?
-¡Pueees …!
-Desde que mi esposo y yo nos casamos mi memoria parece
haberse deteriorado lamentablemente. Tal vez no exista una felicidad tal que
nos lleve a decidir no olvidar. Las personas que además de felices están
ocupadas, como usted, no tienen tiempo libre para ponerse a recordar tonterías
del pasado. Tal vez no lo necesitan… Pero para mí Yumiura ha sido toda mi vida
un pueblo especial.
-¿Estuvo mucho tiempo en Yumiura? -preguntó Kozumi.
-No. Casi medio año después de haberlo conocido a usted fui
a Numazu a casarme. De mis hijos, el mayor terminó la universidad y ahora está
trabajando; la menor ya tiene edad suficiente para buscar marido. Yo nací en
Shizuoka pero como no me entendía con mi madrastra me mandaron a Yumiura por un
tiempo a casa de unos parientes. Por llevar la contraria, entré a trabajar en
el periódico. Cuando mis padres se enteraron, me mandaron llamar y me forzaron
a casarme. Así que solo estuve siete meses en Yumiura.
-Y, ¿su esposo es…?
-Es sacerdote shintoísta en un santuario de Numazu.
Al oír mencionar una profesión tan inesperada Kozumi miró la
cara de la visitante. Existe una palabra que tal vez ahora no se use y me temo
que produzca una impresión desfavorable sobre un peinado, pero la visitante
tenía un corte de cabello al estilo Fuji, y fue esto lo que atrajo la mirada de
Kozumi.
-Antes se podía vivir muy bien como sacerdote shintoísta.
Después de la guerra, sin embargo, día a día le es más difícil conseguir
dinero. Tanto mi hijo como mi hija me apoyan, pero pelean con su padre por cualquier
cosa.
Kozumi sintió la zozobra del hogar de la mujer.
-El santuario de Numazu es tan grande que no puede
compararse con el templete donde se celebraba el festival de Yumiura, pero
cuanto más grandes son, más complicados de manejar. Mi marido está en problemas
por haber vendido sin consultar diez cedros que había en la parte de atrás del
templo. Me vine a Tokio huyendo de eso.
-…
-Los recuerdos son algo por lo que deberíamos estar
agradecidos ¿verdad? No importa en qué situación se meta el ser humano, los
recuerdos del pasado son sin duda un don de los dioses. En el templete del
camino que bajaba la ladera de Yumiura había muchos niños y usted sugirió que
siguiésemos adelante sin detenernos. Sin embargo, alcanzamos a ver que había
dos o tres flores de finos pétalos dobles en un pequeño arbusto de camelias, al
lado de los baños. Yo todavía recuerdo esas camelias y pienso en quién pudo
haber sido la persona de corazón tierno que plantó ese arbusto.
Era claro que Kozumi se encontraba entre los personajes que
aparecían en algún escenario de los recuerdos de la visitante. También Kozumi,
seducido por sus palabras, sintió como si las imágenes de esa camelia y del
atardecer en el puerto de Yumiura le llegaran flotando. Sin embargo, lo
irritaba no poder entrar con la mujer en la misma región del mundo de sus
reminiscencias. Estaban tan separados como están los vivos y los muertos en
aquel país. La capacidad de memoria de Kozumi se había reducido en comparación
con la de muchas personas de su edad. Le era usual sostener una larga
conversación con alguien cuya cara le resultaba familiar sin recordar su
nombre. A la ansiedad de esos momentos se venía a sumar el miedo. Ahora mismo,
mientras intentaba inútilmente despertar sus propios recuerdos con la
visitante, empezó a sentir que la cabeza le dolía.
-Cuando me detengo a pensar en la persona que plantó aquella
camelia se me ocurre que debería haber tenido más arreglada mi habitación en
Yumiura. Usted solo pasó por allí una vez y desde entonces han transcurrido más
de treinta años sin vernos. Aunque, ¿no es verdad que entonces la había
adornado un poco y que se veía como la habitación de una muchacha joven?
Kozumi frunció el ceño y su expresión pareció tornarse más
rígida. No podía recordar nada de esa habitación.
-Le pido excusas por haberlo visitado tan de improviso, fue
quizás grosero de mi parte… -dijo la mujer a modo de despedida-. Durante largo
tiempo deseé verlo. Nada podía hacerme más feliz. Me pregunto si me permitiría
visitarlo de nuevo. Hay muchas cosas que me gustaría conversar con usted.
-Sí.
Había algo que la mujer temía decir frente a los otros
visitantes. El tono de su voz indicaba que no podía hacerlo. Kuzumi salió al
corredor para despedirla. Al correr el panel de la puerta tras de sí casi no cree
a sus propios ojos. La mujer había relajado la postura del cuerpo. Tenía la
actitud corporal de una mujer que está frente a un hombre que la ha tenido en
sus brazos.
-¿La niña que salió a recibirme era su hija? -preguntó ella.
-Así es -contestó él.
-Siento no haber visto a su esposa…
Kozumi sin responder se adelantó hasta el umbral de la
entrada.
Desde allí le dijo a la mujer, que estaba de espaldas
poniéndose los zori:
-¿Así que fui a su habitación en un pueblo llamado Yumiura?
-Sí -contestó ella, y lo miró por encima del hombro-. Me
pidió que me casara con usted. En mi propio cuarto.
-¿Sí…?
-En aquella época yo ya estaba comprometida con mi actual
esposo. Eso le dije. Me negué. Pero…
Kozumi sintió un golpe en el pecho. Por más que tuviera pésima
memoria, pensar que hubiera olvidado por completo una propuesta de matrimonio y
que él mismo no fuera capaz de recordar a la muchacha, más que sorprendente le
resultó ridículo. Nunca había sido el tipo de persona capaz de proponer
matrimonio precipitadamente.
-Usted fue muy amable y comprendió las circunstancias de mi
negativa -dijo la mujer mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. Después,
con sus dedos cortos, sacó temblando una fotografía del bolso.
-Estos son mis hijos. Ella es ahora mucho más alta que yo.
Pero se parece mucho a mí cuando era joven.
La muchacha se veía pequeña en la fotografía pero sus ojos
estaban llenos de vida y la forma de la cara era hermosa. Kozumi fijó la mirada
en la muchacha de la fotografía. ¿Sería posible que hace treinta años se
hubiera visto con ella durante un viaje y le hubiera propuesto matrimonio?
-Algún día le voy a traer a mi hija y si gusta podrá ver
cómo era yo en aquel tiempo -dijo con lágrimas mezcladas en la voz-. Les he
contado los detalles de lo que pasó con usted. Lo saben todo. Hablan de usted
como si se tratara de algún ser querido. En ambos embarazos tuve unas náuseas
terribles y me iba volviendo un poco loca. Después las náuseas se calmaban y
cuando el niño comenzaba a moverse me daba por cavilar si no sería suyo. De vez
en cuando me ponía a afilar un cuchillo en la cocina… Esto también se lo he
contado a mis hijos.
-Eso… No puede hacer eso.
Kozumi no articuló más palabras.
De todas maneras parecía que la mujer había sido
extremadamente desgraciada a causa de Kozumi. También su familia lo había sido…
O al contrario. Tal vez con el recuerdo de Kozumi pudo suavizar una vida
extremadamente desgraciada. Y su familia había participado de eso en cierto
modo…
Pero ese pasado, el encuentro imprevisto con Kozumi en un
pueblo llamado Yumiura, parecía vivir con intensidad en aquella mujer. En
Kozumi, que de alguna manera había cometido una falta, ese mismo pasado se
había perdido completamente y estaba muerto.
-¿Quiere que le deje la fotografía? -preguntó ella. A lo
cual Kozumi meneando la cabeza respondió que no.
La figura pequeña de la mujer, caminando con pasos cortos,
desapareció tras la puerta de entrada.
Kozumi tomó del estante de libros un mapa detallado del
Japón y un diccionario de nombres de ciudades y regresó a la salita. Los tres
visitantes le ayudaron a buscar, pero en ningún lugar de Kyushu encontraron un
pueblo llamado Yumiura.
-¡Qué extraño! -dijo Kozumi. Levantó la cabeza, cerró los
ojos y se puso a pensar-. No recuerdo siquiera haber estado en Kyushu antes de
la guerra. Estoy seguro de que no. ¡Ya! La primera vez que estuve en Kyushu fui
en avión, como corresponsal de la armada, a la base de las fuerzas especiales en
Shikaya durante la batalla de Okinawa. La segunda fue una visita que hice a
Nagasaki después de la explosión de la bomba atómica. Y fue en Nagasaki donde
oí la historia de la visita de Kida y de Akiyama a la región, que había tenido
lugar treinta años antes.
Los tres visitantes expusieron por turnos su opinión sobre
las ilusiones o fantasías de la mujer y se echaron a reír. Concluyeron que
evidentemente estaba loca. Kozumi, sin embargo, pensaba que él también debía de
estar loco. Había estado oyéndole la historia a la mujer, buscando en sus
recuerdos mientras la escuchaba. En este caso, no había existido un pueblo
llamado Yumiura, pero cuánto de su pasado, un pasado que él había olvidado y
que para él ya no existía, podía ser recordado por otros. Después de su muerte,
la visitante de hoy iba a pensar que Kozumi le había propuesto matrimonio en
Yumiura. Para él no había diferencia entre uno y otro caso.
FIN
Primera nieve en el monte Fuji (Fuji no Hatsuyuki), 1958
Biblioteca Digital Ciudad Seva
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